Somos nuestra memoria......

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino

lunes, 16 de julio de 2012

Ignacio Prieto del Egido: La novela de la Patagonia (Buenos Aires, 1.938 ). Comentarios a la novela.



Dra. Carmen Casado Linarejos. 
Catedrática de Lengua y Literatura Española 

           
La novela hispanoamericana ha conocido —en la segunda mitad del siglo XX— un momento de desarrollo único en su historia, tanto por su indiscutible calidad, como por el reconocido y muy merecido éxito, tanto de crítica, como de público. La coincidencia en el tiempo de nombres de extraordinario talento, hizo que la novela americana en lengua española se situara a la cabeza de los grandes escritores, tanto en aquel continente como en el europeo. Pero ese «boom», como lo llamó José Donoso, uno de sus protagonistas, de la narrativa no surgió por generación espontánea, sino que fue el resultado de la preparación realizada por sus antepasados que escribieron en las primeras décadas del siglo.

LA NOVELA HISPANOAMERICANA  DE 1900 A 1950 :

            Se puede afirmar que el realismo narrativo es la técnica dominante en estos inicios del siglo XX y la temática más frecuente gira en torno al intento de presentar la peculiaridad americana. Con este fin, los novelistas se centran en dos aspectos fundamentales:

            1.º.-  La naturaleza americana exaltada en toda su grandiosidad y elevada a la categoría de divinidad virginal, cuyo inmenso poder determina el destino del hombre. Es la novela de la tierra o telurismo, que dio frutos tan notables como Doña Bárbara, en Venezuela, La vorágine, en Colombia, o Don Segundo Sombra, en Argentina, la novela de la Pampa y el gaucho.

La primera de ellas nos presenta la dureza de la vida en la sabana venezolana  grandiosa y despiadada. Su autor —Rómulo Gallegos— uno de los grandes autores de la novela hispanoamericana creó esa necesidad de narrar la epopeya del hombre enfrentado a toda serie de pruebas hostiles que le conducirán inexorablemente a la rendición ante la omnipotente diosa-naturaleza.

José Eustasio Rivera crea con La vorágine la novela de la selva amazónica, hermosa y terrible devoradora de vidas humanas. La novela posee cuadros de costumbres y consideraciones de tipo social, pero, por encima de todo, destacan sus magníficas descripciones.

Quizá sea el argentino Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra, el novelista que mejor supo mostrar esa profunda interrelación genesíaca entre el hombre y la tierra, incorporando muy acertadamente los rasgos costumbristas a la épica lucha contra los elementos, sin caer en aspectos triviales o folklóricos, tan frecuentes en los relatos de la época.

            2.º .- El segundo aspecto que caracteriza la novela hispanoamericana de comienzos del siglo XX es la exaltación idealizada del indígena con un propósito de denuncia frente al explotador ambicioso y cruel que los desprecia y utiliza con fines egoístas. Es la novela indigenista, cuya raíz hay que buscarla en el romanticismo europeo y su doctrina del «buen salvaje» roussoniano, a la que se suma el propósito de búsqueda de lo autóctono y la preocupación social. 

Es en 1919 cuando el boliviano Alcides Arguedas publica Raza de bronce, en la que el indio del altiplano andino aparece románticamente idealizado frente a la impiedad de los terratenientes.

En esa línea se sitúa el ecuatoriano Jorge Icaza con títulos como Huasipungo, o Elchulla Romero y Flores, novelas en las que la violencia llega a alcanzar tintes de truculencia en su deseo de denunciar la dramática situación de los indios.

El gran novelista de la corriente indigenista es el peruano Ciro Alegría (1909-1967) autor de tres novelas y una colección de relatos. Sin renunciar a su propósito de denuncia, hay en sus novelas una evidente preocupación artística y una marcada superación del realismo, lo que pone de manifiesto el cansancio que se estaba produciendo del realismo narrativo. Los frutos más evidentes de este hecho serán, entre otros, la irrupción de la imaginación y los elementos fantásticos.

Fenómeno este tan bien descrito por Alejo Carpentier para quien la asombrosa realidad hispanoamericana no cabe en el realismo puro, por lo que inventa la expresión «lo real maravilloso», marcando, así, la transición a la extraordinaria generación de novelistas, a la que él mismo pertenece.

            El panorama narrativo cambia a partir de la mitad del siglo con la obra de una serie de escritores cuyos relatos han superado la realidad inmediata para mostrar otra realidad extraña, inquietante, mágica y fantástica. Los iniciadores son Jorge Luis Borges, Miguel ángel Asturias, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y otros que abrieron el camino de lo que será la antesala del «boom» y el definitivo reconocimiento a la calidad literaria de los autores hispanoamericanos. Estos autores salvarán a la narrativa de la crisis en la que la sumió el exceso de regionalismo, realismo, costumbrismo y protesta.

Desde los años cincuenta, pero con especial incidencia en los sesenta, se produce, por muy diversas razones, el citado «boom» de la novela hispanoamericana. Escritores como Cortázar, Fuentes, García Márquez o Vargas Llosa cuya obra se caracteriza por la perfecta asimilación de la más novedosa narrativa occidental, sobre todo norteamericana —Faulkner, Hemingway o Conrad— y la experimentación formal.

LA NOVELA DE LA PATAGONIA : ESTRUCTURA Y ARGUMENTO

            En este contexto de la primera mitad del siglo XX se publica en Buenos Aires, en 1.938, La novela de la Patagonia, relato muy acorde con su tiempo, como claramente especifica su autor en la dedicatoria, aunque sin renunciar a su espíritu romántico, como explica en la introducción en la que nos presenta a Germán, el protagonista del relato y alter-ego del autor, al que compara románticamente nada menos que con Don Quijote en su búsqueda del ideal, en el caso del manchego, inexistente, pero muy real en el caso de Germán: alcanzar el éxito como escritor. De él dirá su creador:

            «Fue su vida una marcha constante hacia el ideal» ( pág. 15 ) para, en el camino lograr «el éxito material que él no perseguía» (pág. 16 ).

            La novela viene dividida en cuatro partes de desigual extensión, en cada una de las cuales los motivos y estructura básica son paralelos: Germán, perito mercantil, se gana la vida como contable o tenedor de libros en diferentes establecimientos bonaerenses, tarea que no le gusta, pero que lleva a cabo afanosamente con el sueño de amasar una fortuna que le permita dedicarse plenamente a realizar su sueño como escritor de éxito. El relato arranca en la capital argentina, donde Germán no halla sosiego. Como todo héroe romántico siente esa inexplicable desazón que le conduce a una permanente huida de un ambiente que él considera sórdido, en profundo contraste con su temperamento idealista y sentimental. Inicia un largo y penosísimo viaje hacia el sur. Su destino, Neuquén, en la Patagonia.

            La descripción del viaje, en condiciones durísimas, es una sucesión de anécdotas que van ilustrando las sensaciones que el autor quiere trasladar a los lectores, a la vez que ponen de relieve la determinación de Germán. Pero es, ante todo, el contacto con los indígenas lo que vertebra la simbiosis entre la tierra y sus habitantes, así como la toma de contacto de Germán con su nueva realidad. No podía faltar la reflexión de tipo social, tan inseparable de la novela de estos años.

El capítulo IX de esta primera parte, titulado barojianamente «La lucha por la vida» lleva un largo epígrafe que revela aquella actitud:

            «Los pulches o araucanos del Neuquén. Su incorporación a la civilización. Su situación de inferioridad. Su despojo y persecución como raza réproba, no obstante sus virtudes» (pág. 93). Los doce capítulos que integran esta parte de la novela consisten en relatos de las aventuras que van forjando el carácter de Germán, dándole a conocer la condición humana con sus traiciones y contradicciones, pero Germán no decae jamás, sino que sigue alimentando su ideal de gloria y renombre literario, llenando su escaso tiempo libre con lectura. Al mismo tiempo asistimos los lectores al descubrimiento que Germán va haciendo del mundo indígena «tratando de penetrarlos psicológicamente, estudiando sus costumbres, idiosincrasia e idioma» ( pág. 47 ).

            A partir de estos momentos, la atención del autor se centra en el exótico mundo araucano y, de él, a la peripecia humana de Germán. A través de su mirada vamos conociendo un mundo que se va haciendo. Los araucanos que dibuja nuestro joven soñador se encuentran aún en un estadio intermedio en el camino hacia su integración en el mundo de los europeos que han implantado sus negocios en la Patagonia con la misma intención que Germán: amasar dinero para regresar a la civilización. No aparece, por tanto, ningún propósito colonizador, sino únicamente, el explotador.

En Neuquén se instala Germán para llevar las cuentas en un boliche en el que convive con un cordobés y un danés malintencionado que le hace la vida difícil por su mal carácter y sus pesadas bromas. Esta situación le inclina a acercarse a los indígenas. Vive en condiciones miserables, debiendo dormir sobre un mostrador y carente de las mínimas condiciones que precisa un ser humano. Pero Germán no se desanima, sino que la llama de su sueño permanece inalterable y le alumbra con fuerza para resistir.

            Su curiosidad le lleva  a fijarse en las diferentes etnias que pueblan la región, pero le atrae, de modo especial, el mundo de los araucanos. Aprende su lengua y sus costumbres:

            «A Germán le interesaban mucho los indios, sus usos y costumbres. Veía en ellos a las víctimas propiciatorias de la civilización, a los parias de la región, a quienes todos se sentían con derecho a esquilmar y explotar a su gusto y gana. Germán, que, como Jesús, estaba siempre con los humildes, los desheredados, tenía que estar al lado de los indios del Neuquén. Y no sólo aprendió algo de su lengua, sino que los observó y estudió a su modo, investigando cuanto pudo acerca de sus hábitos de vida en el presente y en el pasado. Y tomó los correspondientes apuntes para utilizarlos algún día.» (pág. 52).

            El interés que el mundo indígena despierta en Germán lo refleja el autor ofreciendo exhaustivos datos sobre los araucanos, tomados principalmente de su experiencia directa, pero también de sus lecturas. El poema épico de Ercilla, La araucana, junto a libros de historia van llenando páginas de la novela que nos apartan momentáneamente del hilo central del relato, trasladándonos al terreno de la antropología  o la etnografía. Sorprende la mención a Baroja en términos que llaman la atención por su tono.

            «Por lo pronto Baroja ha dicho —cuando solía decir cosas interesantes—,que vale más ser salvaje entre salvajes, que esclavo entre civilizados» ( pág. 95 ). A pesar de lo cual, es evidente la presencia de Baroja en el pensamiento de nuestro autor, tanto en el título de esta primera parte, como ya indicábamos, como en el dibujo del personaje.


Germán nos recuerda a Andrés Hurtado, el alter-ego de Baroja, tanto por su idealismo como por la estructura de sus viajes, que no son sino el envoltorio de su trayectoria vital. Estos viajes de Germán se vertebran en un mismo sentido: de Buenos Aires a la Patagonia y viceversa.

De esta manera, el relato siempre se organiza en forma radial, teniendo como centro la Patagonia, que se convierte, así en la protagonista del relato. Allí intenta Germán conseguir un capital que invertirá en Buenos Aires donde piensa realizar su sueño, pero cada intento se convierte en un fracaso. Tras el primer intento, regresa a Buenos Aires donde conoceremos a dos personajes importantes en la vida de Germán : su amada Margarita y el reencuentro con un amigo de la infancia: Benicio. Desea entonces quedarse en Buenos Aires, junto a ellos, pero no encuentra ningún trabajo, lo que le llevará a reiniciar su aventura patagónica  en la tercera parte del relato, la más larga de la novela y la más importante.

A su vez, este capítulo puede subdividirse en dos partes con un regreso a Buenos Aires que sirve de línea divisoria. En esta primera salida —la segunda de la novela— se dirige  al norte de la Patagonia, que continúa fascinando la sensibilidad de Germán por su grandiosa belleza, a pesar de las terribles dificultades que los esforzados que allí se instalan deben soportar. De nuevo destacan las vivas descripciones de la vida en la Patagonia que nos producen la impresión clara de situaciones no inventadas, sino realmente vividas por el autor. A este respecto, hemos de mencionar el episodio en que Germán es despertado durante la noche por sentir un agudo pinchazo como de alfiler:

            «Al prender la luz, Germán vio cómo corrían, pared arriba, como quinientos bichos parecidos a escarabajos.

            El peón lo tranquilizó: No haga caso, patroncito, son vinchucas. De eso hay mucho por aquí.

            Las tales vinchucas eran unas chinches gigantes, del tamaño de las cucarachas, cuyas picaduras son dolorosas y producen inflamación. Son aladas y abundan donde hay árboles, entrando en las habitaciones iluminadas, ocultándose durante el día en las rendijas del techo. A Germán lo acribillaron a lancetazos, impidiéndole descansar.» (pág. 162)

            A pesar de los sufrimientos y durísimas pruebas que Germán deberá afrontar, su idealismo no decae, sino que se ve espoleado por la belleza del lugar:

            «¡Qué hermoso lugar para soñar, para soñar con Margarita y con las letras, mis dos grandes sueños !...¡ Qué feliz soy!-añadió sintiéndose dichoso sin saber por qué.» ( pág. 165 ).

            Las largas y heladas noches del invierno austral transcurren contando y escuchando relatos pintorescos transmitidos oralmente como en los albores de la civilización. Germán se extasía no solo ante la belleza de la naturaleza, sino también ante la exuberante riqueza en «oro, petróleo, cobre, plata, carbón, sal, azufre, aluminio… constituyendo riquezas incalculables» ( pág, 170 ), lo que provoca en Germán reflexiones acerca del mal gobierno central que sólo se ocupa de la capital.

Tras ocho meses, regresa a Buenos Aires para visitar a Margarita y, enseguida, reemprender viaje a la Patagonia chilena donde se convertirá en empresario al adquirir, con un socio, un boliche al pie de los Andes. Lleno de entusiasmo veía, ahora sí, su sueño hecho realidad y «todo se lo debía a la Patagonia… ¡Ah Patagonia mía! —exclamaba— ¡cuán cerca estás de mi alma!» ( pág. 181 ). Y de nuevo el autor se recrea en la minuciosa descripción de usos y costumbres de todo tipo que anima con notas de ambiente y la presencia de personajes que dan vida a aquellos cuadros. Entre ellos, destaca Luisa, una indígena, vecina de Germán, que frecuenta el boliche y que se quedará a vivir con él. Es esta una relación en la que no aparece la palabra «amor» y que, por lo tanto, no se considera una traición a Margarita sino que: «En estos momentos emocionantes, Germán pensó en Margarita, quien de haber sabido la aventura había de perdonarlo. No era traicionarla; era resolver el problema de la soledad, era solucionar una cuestión afectiva de gran importancia. ¡Se sentía tan solo! Y la resolvía al uso de aquellos lugares tan distantes del registro civil.» (pág. 225).

IMPACTO DE LA PATAGONIA EN EL PROTAGOINISTA

            El carácter de Germán se va afirmando a medida que su comunión con la tierra se va consolidando. Esa unión dará sus frutos en la personalidad del joven, el más notorio será el sentimiento de libertad:

            «Otro atractivo de aquella vida de íngrimo poblador del desierto que hacía Germán era su libertad absoluta.....Hacía lo que quería sin testigos, sin prohibiciones: él y su pico blanco, ante la naturaleza y en la naturaleza misma, sin hombres que coartaran su acción, ni más leyes que las naturales. Se sentía dichoso en aquella amplitud pétrea, en aquella infinitud cósmica.» (pág. 229).

            Este sentimiento de plenitud se ve empañado por el atraso en que se vive en la Patagonia. Culpa a los dirigentes políticos que parecen empeñarse en mantener a la zona en el mayor abandono y el más perfecto olvido. Es el eterno conflicto entre la vida en la naturaleza y las carencias materiales que dicha vida mantiene. El estado anímico de Germán oscila entre la exaltación lírica y el pesimismo. El autor nos lo describe de modo indirecto. Germán mantiene correspondencia con su amigo Benicio y, en una ocasión, le confesará: «Toda esta inmensidad me resulta estrecha...» (pág 234).

            El autor, siguiendo la romántica tradición costumbrista, aún practicada en el siglo XX por algunos rezagados, se recrea en la descripción de una trilla: técnica, utensilios, esfuerzo de los hombres que participan en ella. Y, como es habitual en estos relatos, el autor sabe cómo producir la sensación de vivacidad, su interés en la pintura de ambientes y la sencilla alegría de las gentes expresada en «los cantares de trilla», de clara raíz española, que el autor ha cuidadosamente recopilado.

            Con la llegada del durísimo invierno austral, le llega a Germán una carta de Benicio en la que le comunica la muerte de su amada Margarita, a consecuencia de la cruel gripe de 1.918. El golpe es terrible y Germán se refugiará, una vez más, en lo único que le mantiene en pie: el sueño de la gloria literaria. Desea, ante todo, triunfar como autor teatral. Pero es el fracaso de uno de los dos ideales del romántico Germán.

            El negocio prospera y Germán empieza a creer sinceramente que su sueño se hará realidad y podrá regresar a Buenos Aires con el dinero suficiente para dedicarse a la literatura con total disposición de cuerpo y alma. Pero algo va a interponerse en la realización de su proyecto. El 21 de febrero de 1.922 y tras la celebración de las Candelas, el boliche de Germán será asaltado por cinco forajidos armados que le despojarán de todos sus bienes. El relato del asalto, los diálogos entre los malhechores y Germán y el detalle de situaciones como el que describe el llanto de la niñita de Germán y de Luisa, que lloraba de hambre y uno de los ladrones le prepara el biberón y se lo ofrece a la pequeña para que se duerma son, probablemente, alguno de los momentos más logrados de la novela. Hay rapidez, tensión dramática y sensación de algo vivido por la plasticidad de las descripciones, hasta el punto de que el lector «vea»  la acción con una técnica cinematográfica.

Germán asume los hechos con la resignación romántica de quien se considera una víctima de un destino cruel:

            «Y, como no hay más remedio que cumplir los imperativos del destino, Germán dejó, no sin un íntimo dolor, aquellos cerros, en cada cúspide de los cuales flameaba un pedazo de su alma y en cada base anidaba el recuerdo de una aventura.» (pág. 279)

EL COMIENZO DEL FIN

            Regreso a Buenos Aires, donde se dedicará a escribir. Publicó un libro de versos, pero su anhelo es triunfar como autor teatral. Escribe algunas obras que ningún empresario se decide a estrenar, lo que Germán considera un fracaso. Para colmo de desgracias, no consigue encontrar trabajo y su situación, tanto económica como anímica, es crítica. Hasta el punto de desear la muerte y estar a punto de arrojarse al río para acabar con sus sufrimientos. Por suerte, su fiel amigo, Benicio, descubre sus intenciones y logra disuadirlo.

Pero Germán ha despertado definitivamente de su sueño y ha asumido su fracaso como escritor. Vuelto a la realidad y desprovisto ya de todo ideal-ha fracasado su ideal amoroso y su ideal literario —se producirá en él una transformación tan radical que provoca en los lectores cierto estupor. Un comisario de policía sin escrúpulos le propone un negocio bastante turbio. Germán acepta y, de nuevo, en su adorada Patagonia regentará un boliche en el que se enriquece trampeando y engañando a los ingenuos clientes, tanto en el peso  como en las cuentas, pero, con la complicidad del comisario, nadie se atreverá a denunciarlo.

Han pasado doce años y Germán es un hombre rico que se ha casado con su sirvienta, que, antes, fue la concubina del maestro. Su deshonor es completo. Con su esposa forman una familia numerosa de ocho hijos. Parece haber asumido plenamente su nueva situación y haber olvidado sus sueños juveniles y su doble fracaso. En ningún momento muestra orgullo alguno por sus riquezas, pero las disfruta sin remordimiento alguno. La nota amarga la pone el autor en el momento del anticlímax novelesco. Germán regresa a Buenos Aires para entrevistarse con Benicio quien, a pesar de su desacuerdo con las últimas decisiones de Germán, le sigue siendo fiel. Asisten al teatro donde se representan los últimos éxitos de autores coetáneos y conocidos de Germán, quienes, a diferencia de él, han logrado el triunfo literario. Germán siente el mordisco de la envidia y la novela se cierra con las reflexiones que hace Germán:

            «Dinero, sí...¡No soy más que una caja fuerte, un hombre lleno de billetes, una bolsa de inmundicia!...¿Para qué sirvo?...¿Dónde están mis sueños, dónde mi vocación literaria, dónde mis ansias de encumbramiento espiritual, de grandeza literaria?…No, amigo mío, no. ¡Nunca me he sentido más insignificante que ahora con todo mi dinero!…¡Puaj!…»( pág. 301 )

GERMAN EL ULTIMO ¿ ROMANTICO 

            Como puede observarse, La novela de la Patagonia es la historia del final del espíritu romántico del joven Germán y el triunfo de Germán adulto asentándose en el materialismo más despreciable. La novela está escrita en tercera persona con un autor omnisciente que ofrece continuamente el punto de vista del personaje como su alter-ego. El interés del autor se focaliza en dos vertientes: una, puramente costumbrista y, otra, de carácter psicológico, primando la primera hasta tal punto que podría decirse que Germán no es sino el soporte o recurso del autor para potenciar su intención de dar a conocer la Patagonia en un momento histórico en el que aquella región  se encuentra en tránsito hacia una etapa más moderna, pero también perdiendo los encantos de aquella situación ante-histórica.

            El relato entronca directamente con el realismo decimonónico, que surgió tras la crisis de las ideas románticas, pero sin haberlas superado por completo. Sobre ese tejido ideológico, el autor evidencia la influencia tanto del indigenismo, en su continua exaltación de las bondades de los araucanos y las maldades de los capitalinos  que se trasladan allí con una única finalidad egoísta, como del telurismo tan de moda en los años en que Prieto del Egido publica su novela. El relato posee una estructura muy clara : los distintos escenarios en que transcurre la acción se combinan de forma radial: de Buenos Aires a la Patagonia y viceversa. Dualidad que se manifiesta asimismo en el diseño del personaje: idealismo y realismo. El idealismo manifestado, a su vez, en dos frentes : el amoroso, también dual —amor carnal y amor ideal— y el ideal de vida —la gloria literaria y el triunfo del dinero a cualquier precio, sin el cual no podría alcanzar aquella, pero con él, solo logra la amargura de su fracaso como escritor.

            En sus sueños llega a compararse con los escritores que más admira: Cervantes, Espronceda, Zorrilla, Moratín… pero, en ningún momento se plantea ningún problema de carácter puramente artístico. Él, ante todo sueña. Es cierto que, en sus ratos libres, lee, pero en ningún momento observamos que piense en problemas de tipo técnico acerca del arte de escribir. Se puede decir que piensa más en la gloria que en el camino para alcanzarla, lo que evidencia el intenso idealismo juvenil y romántico de Germán.

            En un espíritu romántico como el suyo, era lógico que la imponente naturaleza de la Patagonia en estado puro y salvaje le produjera un fuerte impacto. Lo mismo le ocurre con los indígenas. Idealiza su mundo en la línea del «buen salvaje» y, al oponerlo a la mezquindad del hombre blanco, en la misma línea de la novela Raza de bronce, del boliviano Alcides Arguedas de quien arranca el indigenismo andino. Como hemos indicado, en esa continua exaltación de la Patagonia, abundan los comentarios que podrían calificarse como de tipo «social», al constatar las abismales diferencias entre la vida urbana y la vida de los araucanos, pero es claro que el propósito del autor no es reivindicativo, sino que parece que esos comentarios potencian la exaltación del indígena al aparecer como víctimas inocentes del poder centralista.

            La evolución que va experimentando Germán nos lo muestra como el joven inocente que va madurando y fortaleciendo su carácter a medida que la dura y áspera realidad lo van forjando, pero sin perder aquella inocencia primigenia, pues parece que la naturaleza lo protege. Pero la muerte de Margarita marca el comienzo de su desgracia que culmina con su implicación en el sucio negocio que le hará rico dejándole la amargura, insensibilidad y profundo malestar consigo mismo.

            Por ello, creo no equivocarme al afirmar que La novela de la Patagonia es una novela romántica con tintes indigenistas. Es cierto que el estilo y el lenguaje está lejos de la molesta grandilocuencia romántica. El resto de los personajes son prototípicos: Margarita es la joven inocente y hermosa. Enamorada espera pacientemente el regreso de Germán para realizar su sueño de amor. Benicio es el amigo fiel, el padre que Germán no conoció y el hermano que nunca tuvo.

Para concluir podemos decir que el autor antepone la eficacia a la retórica y sus dotes como escritor alcanzan sus mejores momentos en las descripciones de la Patagonia, la viveza en la pintura de ambientes o los retratos de personajes secundarios que animan aquellas descripciones. La estructura externa está bien cuidada, manteniendo en todo momento esa dualidad entre campo y ciudad, así como entre amor ideal y amor carnal y, presidiendo esa dualidad, la profunda herida interior de Germán resultante de contraponer su vida soñada a su vida real.

            La novela está narrada en tercera persona, a pesar de lo cual, mantiene el tono de memorias o confesiones, así como de una crónica periodística  sobre la Patagonia, la verdadera protagonista de la novela, en quien también se manifiesta esa dualidad estructural: madre generosa de quien se acerque a ella para extraer sus tesoros, pero también diosa crudelísima e inhóspita, que impone sus condiciones a los que se atreven a hollarla. En resumen, una novela interesante, producto de su tiempo y exponente del «sueño americano». En este caso, un sueño americano  al sur profundo del continente.

Carmen Casado. Junio de 2012

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